viernes, 4 de agosto de 2017

Parecidos sazonables

            Observando la vida política nacional he recordado las clases del antiguo Bachillerato que cursé en el Instituto Columela de la calle San Francisco. En concreto las de la asignatura llamada Formación del Espíritu Nacional, las aburridas clases de política, con las que el Régimen intentaba aleccionarnos sobre las excelencias de su ideología del partido único, la Falange, en una Europa que caminaba desde el final de la II Guerra Mundial por otro lado.

            Este recuerdo me lo ha traído la aparición de una fuerza política que según dicen trae nuevas formas y soluciones a la crisis política, social y moral que vive España desde hace años. No pretendo ser original, pero no he podido dejar de comparar las cosas que nos decían y nos hacían estudiar entonces con las fórmulas novedosas del nuevo grupo político.

            En primer lugar hay que reconocer que la ideología y las formas que adquieren ambas fuerzas políticas vienen diseñadas por sus líderes supremos. Los dos grupos se definirán por lo que digan sus líderes o fundadores, José Antonio Primo de Rivera en el primer caso y Pablo Iglesias en el segundo. Lo que ellos digan será de obligada creencia y cumplimiento para sus seguidores. Así lo primero con lo que nos encontramos es con su adscripción  ideológica. En las clases de Política nos decían hasta la saciedad que la Falange no era ni de izquierda ni de derecha, lo mismo que nos dicen los nuevos, tampoco eran un partido al uso, eran un movimiento, expresión ambas que he escuchado al nuevo líder del siglo XXI. Además ambos no ocultaban su odio a la democracia representativa, que encarnaban en los años treinta del siglo XX la II República y en este siglo XXI el régimen de la Transición, ofreciendo como alternativa el primero la democracia orgánica de la familia, el municipio y el sindicato, algo parecido a la fórmula de Maduro en Venezuela, y el segundo la democracia participativa o asamblearia.

            Si nos fijamos en su vertiente social, ambas fuerzas nacen en el área geográfica madrileña y promovidas por unos jóvenes universitarios elitistas, los que entonces se llamaban señoritos, y a su llamada acuden sobre todo jóvenes, miembros de las clases medias destruidas por la crisis económica, obreros desengañados de los partidos y sindicatos de izquierda y el lumpen marginal urbano que se apunta enseguida a cualquier opción donde pueda haber alguna ganancia.

            Como fuerzas políticas innovadoras necesitan marcar las diferencias con los partidos clásicos. Tanto en la indumentaria, la camisa azul obrera de la Falange sería el equivalente al buscado desaliño anti burgués de los nuevos, como en su estética juvenil, influenciado el primer partido como todos el movimiento fascista por el Romanticismo, lo idealizan con referencias al espacio celestial, así se referían al puesto que tenían allí o hacían guardia junto a los luceros, por lo que resulta curioso que los nuevos pretenden ahora asaltar los cielos, supongo que será para después quedarse haciendo guardia en ellos.  
    

            Quizás mi incultura política me haga ver estos parecidos, pero el otro día, leyendo una buena obra histórica, El nacimiento del Fascismo, su autor Angelo Tasca dice que en 1921 cuando llegan los primeros diputados fascistas al parlamento italiano, para marcar las diferencias con las fuerzas políticas democráticas, se ausentaron mientras que el Rey de Italia daba su discurso inaugural, retornando después a sus escaños. ¿Les suena? Puede tratarse de una mala imitación o de una curiosa coincidencia. En todo caso sería otro parecido razonable.                            

viernes, 24 de marzo de 2017

Socialistas de La Línea

Desde nuestra mentalidad democrática actual, nuestra o de quien la tenga claro, resulta por lo menos curioso enterarnos de las mentalidades que poseían algunas autoridades y personajes de nuestra Historia más o menos cercana todavía. Así podemos enjuiciarlos sin riesgo de equivocarnos mucho viendo la forma que tenían de interpretar la legalidad vigente en cada momento.

Viene esto a cuento porque, investigando en el Archivo Municipal de La Línea, atendido correctamente por unos excelentes funcionarios por cierto, encontré unas notas que nos hablan de cómo era la realidad en el mundo del asociacionismo de la época, realidad que se escapa de los grandes planteamientos que aparecen en los libros de Historia pero que nos puede dar una visión más cercana de la vida política y social de la provincia antes de la tragedia de la Guerra Civil.   

En 1914 la Juventud Socialista de La Línea, con sede en la calle Doctor Pulido 25, recibió la aprobación de sus estatutos que firmaban su Presidente Fortunato León y su Secretario Antonio Moreno, en los que aparecían como sus fines "la educación socialista,m la propaganda, la acción política, el aprovechamiento, en suma, de las energías juveniles en pro de la causa obrera conforme a las decisiones del P.S.O.E."

En 1920 presentó para su autorización unos estatutos renovados de su asociación al Gobernador Militar del Campo de Gibraltar, ya que esta autoridad militar tenía desde el siglo XIX las competencias gubernativas que, en el resto de la provincia correspondían al Gobernador Civil.

La instancia, suscrita ahora por el Presidente de la asociación Antonio Giménez y el mismo Secretario anterior, fue contestada por el Gobernador Militar en sentido negativo, por entender contrario a la legalidad su artículo 20 en el que la Juventud Socialista "defendía en todos sus puntos los estatutos de la U.G.T. de España" así como el 16  que decía "cuando por huelga, en el desempeño de cualquier comisión algún compañero sufriera procesado (sic) el Comité de la Federación estará facultado para pedirle a las secciones la ayuda moral y materia que sea necesaria".

Al año siguiente, la ugetista Federación Local de Sociedades Obreras, que tenía su sede en la calle General Bazán 25 y que representaba la unión de las asociaciones de Artes Gráficas, Carpintería, Barberos, Confiteros, y Oficios Varios, presentó sus estatutos para la aprobación, con la firma de su Presidente José Postigo y de su Secretario Antonio Luque, recibiendo también la contestación negativa del Gobierno Militar que resolvió devolverlo sin aprobarlo y advirtiéndoles que si lo remitían de nuevo sin corregirlo procedería a "denegar nuevamente su aprobación y, si insistieran, el hecho pudiera caer dentro del campo judicial, siquiera sea por el desacato que a su autoridad envuelve el expresado proceder de la Federación Local". Y daba como argumento que "una autoridad no tiene porqué dar explicaciones de su conducta cuando interpreta rectamente una ley dentro de sus atribuciones y que la ignorancia de esa ley no excluye de su cumplimiento, como sienta el Código Civil vigente. Al igual que el Derecho de reunión a que se refiere el artículo 13 de la Constitución de la Monarquía Española es el de reunión pacífica, lo mismo puede decirse del de asociación y a mayor abundamiento tenemos varias sentencias del Tribunal Supremo de Justicia que establecen que es ilícita la asociación de trabajadores cuyos principios son los de la lucha entre el Capital  y el Trabajo".

Pero como la intransigencia es contagiosa y va por barrios, en marzo de 1936, tras las elecciones que dieron el triunfo, cuya legalidad ahora es discutida por algunos historiadores, el Gobernador, ahora sí Civil de Cádiz, procede a la clausura del casino La Peña que estaba establecido en la plaza Cruz Herrera desde 1930, y notifica a su Presidente Agustín Acedo del Olmo y a su Secretario Alejandro Sierra Silva en un telegrama que procedía a su cierra " a denuncia de miembros del Bloque Popular de Izquierda" y el motivo era que había sido "lugar de reunión elementos enemigos régimen, convertido dieciséis febrero centro electoral antirrepublicano". Lo que al parecer quería decir que las derechas habían utilizado ese centro para seguir el resultado de las elecciones, al igual que habían hecho otros centros de distinta ideología claro.

Pero el Gobernador Civil de Cádiz era comprensivo y, aunque el casino permanecía cerrado desde marzo, autorizó el 14 de julio que se abriera sólo para que "el encargado del ambigú" pudiera retirar los elementos de su propiedad que continuaban en la cantina del local. 

Y esto a los cuatro días del estallido de la catástrofe. 

Del Archivo Municipal de La Línea de la Concepción 


viernes, 10 de marzo de 2017

El tarifeño Joaquín Abreu y Orta


Conocí hace años lo que suponía el pensamiento oficial "progresista" cuando presenté mi tesis doctoral en la UCA; me advirtieron el tribunal que estaba compuesto por profesores considerados como tales, aunque ya conocía a los dos catedráticos que formaban parte de dicho tribunal, uno por haber sido compañero de curso y el otro por haber sido vecino mío de la calle Goya y conocía a fondo el supuesto progresismo de los dos.

Tras desarrollar mi exposición, una vez advertido que mi caso les parecía raro porque yo "no pertenecía a la comunidad universitaria", todos coincidieron en criticarme que mis datos y conclusiones sobre determinado hecho histórico en la provincia de Cádiz no se correspondían con los que había descubierto para la de Sevilla un conocido catedrático también de ideología progresista, si es que ésta existe. Cuando objeté que mis conclusiones estaban avaladas por investigaciones serias y rigurosas y que además contenía más datos que el trabajo sobre Sevilla, no lo negaron, pero me insistieron que les resultaba sospechoso que no coincidiera con éste y me preguntaron si pretendía "ir contra la historiografía dominante", denominando así a un único trabajo sólo porque llevaba la firma de ese conocido catedrático y al salirme de su línea mi trabajo quedaba descalificado. 

Con eso y con el "error imperdonable" según me dijeron de nombrar en una de mis citas al profesor Tomás y Valiente como Manuel en vez de Francisco cuando en las restantes lo había escrito correctamente, sin entrar a comentar nada más sobre el trabajo del que, obviamente, sólo habían leído las conclusiones, me dieron la nota más baja que se había visto en años en esa facultad según me dijeron. Y encima siguiendo la tradición les tuve que invitar a almorzar...

Me temo que algo parecido pueda suceder con el libro de Ana Romero-Abreu Roos "Biografía de Joaquín Abreu y Orta militar y político (1782-1851). La figura de Joaquín Abreu introductor del movimiento de Fourier España y en concreto en nuestra provincia, ha sido ya apropiada y definida por determinada corriente historiográfica que no va a permitir que se cambie ni una nota de su versión oficial sobre esta figura histórica y de su adscripción al socialismo.

El libro consta de dos partes correspondientes a un exhaustivo estudio genealógico y biográfico del personaje, no en vano la autora lleva su mismo apellido, y al desarrollo de su obra, terminando con un completo apéndice que contiene publicaciones y artículos de Joaquín Abreu aparecidos en la prensa gaditana y madrileña.  

Estamos ante un libro riguroso e imparcial, que profundiza en la vida y en la obra de un personaje histórico que todavía no está suficientemente estudiado. Por eso la publicación de sus trabajos periodísticos, que la autora transcribe sin comentarlos ni glosarlos, permitirá descifrar su verdadera ideología y valorar mejor su obra dentro de la época histórica en que se desarrolló.

Tras su lectura saco la conclusión de que nos encontramos ante un patriota, un marino de ideas avanzadas para su tiempo, en contacto con los movimientos sociales europeos que, tras profesar un liberalismo, que nunca abandonó, abandonó la política para abrazar el reformismo social de Fourier al contemplar la situación de la clase campesina de nuestra provincia. Aunque no tuvo éxito con su propaganda en la provincia de los principios falansterianos de su maestro, su vida y su obra dignas de estudio para lo que será de mucha utilidad este libro de Ana Romero-Abreu, publicado por su autora sin ánimo de lucro y que pueden encontrar en las bibliotecas públicas y universitarias de nuestra provincia. 

Felicitamos a Ana Romero-Abreu que, sin ser una historiadora profesional, ha sabido aportar un elemento más del mosaico que forma la fascinante historia política y social de la provincia de Cádiz en el siglo XIX. 


jueves, 9 de marzo de 2017

Un Stadium para Cádiz.

Entre los numerosos papeles que conservaba mi padre, rescato un ejemplar de 1929 del Diario de Cádiz que contenía una carta dirigida al Presidente de la Unión Patronal Gaditana Don Juan Parodi.

En ella su autor se ofrecía a promocionar y a financiar a su costa "un proyecto pro Cádiz", cuya necesidad justificaba así: "Todo lo que prepare al ciudadano físicamente para la defensa de su Paria y su Hogar cuando sea requerido, inoculándole con ello, ademas del amor patrio, el alto deber de todo español de mantener incólume el legado de nuestros antepasados de caballerosidad e hidalguía, para transmitirlo de igual forma a sus descendentes, y sirva además para fortalecer la raza facilitándole medios para los ejercicios físicos, poniéndonos al par de otras naciones". Estos fines consistían en "la enseñanza del uso de las armas de guerra al elemento civil con los complementos indispensables de los ejercicios físicos".

Para ello se proponia "construir un polígono con los adelantos existentes hoy día y, para los indispensables ejercicios, un Stadium donde la juventud adquiriera el desarrollo físico, con el consiguiente mejoramiento de la raza y resistencia indispensable para la eficiente defensa de la Patria", aunque se quejaba amargamente que antes debía vencer "los esfuerzos de un pequeño grupo de interesados en su fracaso", a pesar de que todo el proyecto sería todo construido a su costa "sin miras a ser desembolsado en ninguna forma". Pero este pequeño grupo sería capaz de desbaratar las intenciones del firmante de la carta, ya que hasta algunos años después no surgiría el campo de fútbol del Mirandilla, con pretensiones más modestas y sin la intervención del personaje a qué aludimos.

A tenor de las ideas que vierte en su carta, en que habla del manejo de las armas y de la mejora de la raza cualquiera podía pensar, desde nuestra óptica actual, que se trata de un furibundo militarista, cuando no de un racista convencido. Nada más lejos de la mentalidad de este hombre, dotado de un talante liberal que adquirió en su tiempo de permanencia en los Estados Unidos, hablaba así sólo motivado por sus ideas patrióticas y de protección de la juventud, lo que consiguió en parte con su apoyo al movimiento scout en nuestra provincia. Talante liberal que, a pesar de su carácter moderado y de su alineamiento al lado del bando sublevado el 18 de julio de 1936, le  llevó a tener que abandonar Cádiz apresuradamente, saliendo de su casa de la Alameda que luego le sería expropiada, en su coche protegido por dos vehículos de la Guardia Civil que le agradecía así los esfuerzos que había hecho para mejorar las condiciones materiales de los miembros de este cuerpo, según me contó en este mismo paseo un testigo ocular.

Se trataba de Don Elías Ahuja, un filántropo tan desconocido hoy por los gaditanos que no ha merecido el reconocimiento ni de un pueblo que ha olvidado ya de tanta ayuda como recibió desde la planta baja de la casa de Vedor 3 ni de unas autoridades locales que ignoran hasta la historia más reciente de nuestra ciudad.                    

Una reflexión sobre la mujer en el siglo XIX.

En estos días en los que escuchamos tantas noticias sobre las teorías del nuevo feminismo, o de las críticas al antiguo feminismo, hoy repudiado como tantas ideas que supusieron un gran avance social en su tiempo, me permito traer aquí unas curiosas reflexiones sobre las mujeres y hombres, en este caso las hijas y los hijos, de un literato español del siglo XIX, el granadino Pedro Antonio de Alarcón.

Se hacía eco este escritor de inquietud que, según él preocupaba a los casados "¿Qué es mejor, tener hijos o tener hijas? Y respondía "Yo he creído siempre que lo mejor es tener hijas, por más que todo buen padre debe amar igualmente, en el fondo del alma, a los varones y a las hembras que DIos le envíe".

Y lo explicaba así "Los varones de la desgraciadísima época a que hemos llegado dan señales muy luego del siniestro espíritu de rebeldía contra la autoridad paterna (y, por supuesto, contra toda autoridad divina o humana), que acabará harto pronto con nuestra decantada civilización. Tiembla uno, pues, desde que se casa, al pensar en las cosas que cuentan muchísimos padres acerca de ingratitudes, desobediencias, recriminaciones y hasta desmanes con que suelen afligirles sus hijos, no bien les apunta a éstos el pícaro bozo".

Distinto era el panorama respecto a las hijas "Con las hijas, rarísima vez acontecen estos horrores, Las mujeres, por su constante proximidad a las madres, conservan todavía, y han de conservar durante mucho tiempo, especialmente fuera de Francia, la bendita religiosidad y todos los puros afectos que de ella proceden". Y las describía así "Las hijas son más piadosas, más obedientes, más tiernas, más temerosas de Dios y más apegadas a sus padres que los aventureros hijos. La madre viuda hallará en ellas la protección y asiduidad que son tan raras en los varones, y aun el mismo padre se sentirá siempre más jefe y tutor de sus hijas que de sus hijos. Porque los mozuelos de ahora adquieren pronto, o suelen adquirir, tanta personalidad como su progenitor, aumentada (presumen los muy cándidos) por no sé qué soñado progreso continuo del alma humana".

Se defendía de lo que pudiera ser un pensamiento egoísta con estos dos argumentos, el primero que por las ventajas que les daban a las hembras "su religiosidad y consiguiente apego a sus padre, a la virtud y al hogar doméstico por lo que "toda mujer puede llegar a considerarse feliz, sin ser rica, mucho más fácilmente que su hermano en igualdad de circunstancias. La ambición es demonio que tienta casi exclusivamente a los varones".

Y el segundo argumento, sin duda de gran peso cuando lo escribió era que "Las mujeres dignas de este santo nombre, las nobles depositarias del pudor y de la piedad, no han incurrido todavía en la simpleza de querer ser fiscalas, ministras, polizontas, soldadas ni verdugas, ni están expuestas, por consiguiente, a las tragedias, locuras y crueldades que llenan la vida de los magistrados, de los héroes y de los tribunos". No cabe duda que, salvo en el caso de las verdugas, figura afortunadamente desaparecida de nuestras leyes paneles,erró totalmente.

Salvando las distancias del tiempo en que fueron escritas, hace más de un siglo, estas líneas nos hablan de unas inquietudes que ya preocupaban a nuestros tatarabuelos y reflejan bien la mentalidad de esa época y la posición de las mujeres en España, distinta al parecer de la situación de las mujeres en Francia donde seguramente recibían ya otra educación que las distinguía de nuestras compatriotas.       

Sería curioso ver qué escribiría hoy el escritor granadino si, usando de la fantasía cinematográfica de una maquina del tiempo, pudiera ver la situación actual de la mujer en nuestro País.
     

jueves, 2 de marzo de 2017

Una fiscal progresista


En los años finales del Franquismo y al comienzo de la Transición, la palabra progresista o progre significaba aquélla persona o postura política que se identificaba con las ansias de cambio político, fuera de izquierda o de derecha.  Años después, esta palabra perdió su antiguo sentido, y pasó a representar la adscripción a o la simpatía hacia ciertos partidos políticos, perdiendo la relación con su primer sentido, al apropiarse de este vocablo los partidarios o militantes de esos partidos políticos.

Quizás por eso me extrañó hace algunos años, que la actual Fiscal Jefe de Cádiz, en una entrevista en Diario de Cádiz, se calificaba a si misma como una fiscal progresista. Si hubiera dicho de izquierdas la habría comprendido, pero al llamarse progresista no acertaba a comprender el alcance de su definición. Hacía muchos años ya que los llamados partidos que se consideraban progresistas habían dado de sí hasta donde llegaba su progresismo. Desde que los antiguos progresistas nos enteramos de asuntos turbios como los de Juan Guerra o Roldán por no citar otros casos igual de sangrantes o peores, renunciamos a llamarnos progresistas para que no nos confundieran con los pillos y golfos que, metidos a políticos habían copado los órganos directivos de partidos cuyas siglas en otros tiempos eran al menos símbolo de honradez.

Después pude sufrir como funcionario y como simple ciudadano la conducta rara, por decirlo de modo que no se me enfaden mucho, de los políticos que yo un tiempo atrás creía ingenuamente que eran progresistas.

Pero si rara era su conducta, igualmente rara era la de los que, en teoría estaban obligados a controlar y a reprimir en su caso esas conductas. En primer lugar a la supuesta oposición, los medios informativos, el tejido social asociativo y en último lugar la Polkicía, la Fiscalía y la Judicatura. Pronto comprendí que el entramado operativo y la influencia de la todopoderosa clase política llegaba a todos esos estamentos, por lo que cualquier intento de denuncia o de desmontar ese entramado, para algunos un tinglado, resultaba inútil. Es cierto que, en algunos casos, gracias sobre todo a denuncias de la prensa, se obtuvieron algunas sentencias ejemplares, pero era tanto lo que había que limpiar que conductas de dudosa legalidad quedaban impunes mientras que sus autores eran ensalzados como personas dignas de elogio y de imitación.

Sólo conocía a la Fiscal Jefe de vista por residir en mi barrio, me alegró hace años su ascenso ya que me parecía, y me sigue pareciendo, una persona con otra mentalidad distinta a la que tenían algunos de los fiscales del anterior régimen. Pero siempre me dolió que ella y sus compañeros no tuvieran la mínima curiosidad por enterarse de lo que pasaba en algunas de las administraciones por cuyos centros pasaban a diario, camino de su oficina. ¿Nunca hablaban con ningún funcionario vecino o conocido? ¿Nunca leían la prensa que aunque de forma tímida dejaba traslucir algo de lo que pasaba en el interior de esas instituciones?
¿En qué sociedad vivían que ignoraban lo que era de dominio público? ¿Cómo con lo que pasaba se podían seguir llamando progresistas?

Pero esas historias ya pasaron y ahora los tiempos son otros. Le deseo los mejores éxitos en su renovado cargo y confío en que seguirá desempeñando el mismo de forma correcta como hasta ahora lo viene haciendo, se lo desea de corazón un antiguo progresista que no puede evitar que, desde los años noventa del siglo pasado, considere ese calificativo despectivo y más propio de otra clase de persona que la que Usted representa.






lunes, 27 de febrero de 2017

En torno a una sentencia


Leo en la prensa que un sindicato policial comenta de forma crítica algún párrafo de la reciente sentencia recaída sobre los incidentes que tuvieron lugar en la Facultad de Filosofía y Letras, o como se llame ahora, de nuestra ciudad, cuando un grupo de ajenos a la misma boicoteó una conferencia que se daba en ella.

Como yo también me he sorprendido por esos párrafos, con el máximo respeto y haciendo uso de la libertad de expresión para discrepar con el contenido de las resoluciones judiciales que utilizan diariamente los políticos, los sindicalistas y hasta los tertulianos legos en cuestiones jurídicas pero que de todo saben, me permito exponer mi opinión al respecto.

Vaya por delante mi respeto a esta sentencia que no dudo estará ajustada a Derecho y con arreglo a los hechos probados que han sido objeto del juicio. Sin embargo, no hay que olvidar que el Juez, una ser humano al fin y al cabo, redacta sus sentencias conforme a su leal saber y entender, esto es, haciendo uso intelectual de una serie de elementos que han influido en la formación de su personalidad tales como su educación familiar, la enseñanza recibida, o las ideas religiosas y políticas que haya podido adquirir a lo largo de su vida

En la frase que origina este comentario Su Señoría equipara la situación que se vivió en la facultad gaditana con la que se pudo vivir en el ámbito universitario de nuestro País en otros tiempos anteriores.

Quizás por desconocimiento histórico o por pertenecer a una generación que no vivió en primera persona los acontecimientos a los que alude, ignora que en esos tiempos anteriores, que supongo serán los años finales del régimen de Franco y los inicios de la actual Democracia, los que pretendían dar conferencias ejerciendo una libertad de expresión que entonces no se reconocía legalmente eran, para entendernos, los demócratas, víctimas de unos jóvenes airados que eran, para entendernos, los fascistas, que irrumpían en unos centros que les eran ajenos amenazando para impedir el ejercicio de ese derecho. La policía, al igual que los jueces, permanecían neutrales porque ese derecho entonces no existía. Los que en el siglo XXI pretendían dar una conferencia en Cádiz ejerciendo una libertad de expresión que ahora sí está reconocida en la Constitución y en las leyes eran, para entendernos, los demócratas,víctimas de otros jóvenes airados que eran, para entendernos, los fascistas, que irrumpieron con amenazas en una facultad que les era ajena para impedir el ejercicio de ese derecho. La policía y los jueces ahora sí tienen la obligación de intervenir porque es un derecho reconocido a los ciudadanos que ellos deben proteger.

El juzgador actuando correctamente por supuesto, ha dictado su sentencia ajustada a Derecho aunque influida inconscientemente por sus ideas políticas; por eso se ha inclinado por los acosadores, los fascistas para entendernos; yo, que no tengo esas ideas políticas, pues soy una persona tolerante con las ideas de los demás siempre que las expongan respetuosamente, me hubiera inclinado por los acosados, los demócratas para entendernos pero, como dije antes, mi opinión no tiene más importancia, es sólo una cuestión de ideología política.







 

domingo, 26 de febrero de 2017

Un magnífico libro


Manuel Ravina Martín, que además de un magnífico historiador quizás sea el mejor genealogista gaditano, nos acaba de enriquecer con su nuevo libro que trata sobre cuatro familias musicales gaditanas de los siglos XVIII y XIX, a las que sigue su rastro y su vida en Cádiz hasta nuestros días.

Me alegro por la publicación de esta obra que nos refirma, aunque quizás sólo a un puñado de nostálgicos, en nuestra idea de que existió otro Cádiz, en el que la cultura no era un bien carente de valor y digno de ser eliminado, sino algo que vivía la ciudad como una cosa natural, y que se transmitía a través de las generaciones familiares. En este caso estas familias tenían relación con la música, pero igualmente podía establecerse la misma relación con el comercio, con el periodismo o con la medicina por ejemplo.

Por supuesto que este libro no ha despertado el mínimo interés ni se ha publicitado ni en la prensa local ni en los medios que se consideran cultos de nuestra ciudad. Hay que tener en cuenta que no trata sobre el Carnaval, aunque quizás tenga más relación con éste de lo que sospechen estos cultos (y cultas hay que ser políticamente correctos) críticos literarios.

Si quieren enterarse del ambiente musical gaditano del XIX y de parte del XX, aunque no entiendan de música, no dejen de leer este libro; su temática y el nombre de su autor son suficiente garantía de que van a disfrutar con unas excelentes líneas que les sumergirán en la desaparecida cultura gaditana de otros tiempos.

viernes, 3 de febrero de 2017

Lo que el viento se llevó.

            Recuerdo durante la Transición, cuando llevaba en la Diputación Provincial un modesto negociado creado a toda prisa en el que, auxiliado por otra persona, se llevaban todos los temas administrativos en materia de Cultura, Educación, Deporte, Turismo y Fomento y Desarrollo, cinco áreas actuales, el desprecio con el que los nuevos políticos trataron a las instituciones culturales que se encontraron a su llegada. En concreto en el edificio de la plaza de España residía el Instituto de Estudios Gaditanos, al que legalmente dejaron intacto, pero  del que despreciaron su fondo bibliográfico, abandonado en su mayor parte en un pasillo a merced de cualquiera y el resto confinado en un cuarto en la azotea en el que había hasta ratones, ante mis inútiles protestas que sólo sirvieron para empezar a labrarme un perfil de persona no adicta al nuevo régimen. Peor lo pasó otro compañero al que  ordenaron que montara y atendiera la caseta de la Diputación en una feria del libro, caseta que llevaba un rótulo con el nombre de la Corporación y del Instituto que editaba los libros que en ella se vendían; la aparición de dicho rótulo provocó la ira en un Diputado, hoy una alta personalidad en la vida pública gaditana, que llegó al insulto personal vía telefónica, actitud disculpable ya que, al haber ingresado en el P.S.O.E. directamente del Frente de Juventudes del Movimiento, todavía no había tenido tiempo de aprender a relacionarse con sus subordinados en una democracia.

            Esta actitud la justificaban por entender, con razón, que esta institución era un refugio de viejos carcamales franquistas, aunque no sólo había de éstos. Ello no impidió que, pasados los momentos iniciales de euforia por la conquista del poder, estos viejos carcamales franquistas volvieran a tener las puertas abiertas e incluso algunos siguieran publicando sus obras y teniendo influencia ahora compartida con compañeros de partido y con una fauna de amigotes, pijos y otros bichos raros representantes de la nueva modernidad, y toda clase de mangantes que se aproximaron vendiendo falsos proyectos culturales a cambio de la correspondiente subvención.

            Para ser justos debo decir que pasados unos años se recompuso la situación, y la Diputación Provincial fue el centro de referencia de publicaciones sobre temas provinciales, asesorada por la nueva generación de profesores que vivieron el pase del Colegio Universitario a la U.C.A.

Una obra del Instituto de Estudios Gaditanos
            Situación similar se vivió en el Ayuntamiento, aunque creo que Carlos Díaz sí protegió durante años el organismo correlativo, la Cátedra Adolfo de Castro de la Fundación Municipal de Cultura que acabó igualmente desapareciendo. Todavía recordamos los aficionados a la historia local su Boletín Bibliográfico de Historia, que tan útil información nos facilitaba.

El Boletín de la Cátedra
            Pero todos esos organismos tenían un pecado de origen, que en ellos se admitía la participación de simples ciudadanos más o menos preocupados por la cultura provincial y local, lo que no podían permitir, por desconfianza o por otros motivos peores, unos políticos a los que se les llenaba la boca de palabras vacías sobre la participación y el voluntariado. Pedir a estas alturas que se abran de nuevo éstas u otras instituciones similares es perder el tiempo; cuando los estamentos políticos requieren la colaboración ciudadana no piensan en el mundo cultural, que las nuevas generaciones desconocen, pero sin embargo no tienen reparo en admitir en este campo a cualquier aventurero o buscavidas que se camufle como uno de los suyos, como hace por ejemplo  el actual Ayuntamiento de Cádiz.    


            Dejemos ya las nostalgias; los organismos a los que nos referimos son parte de la historia cultural de nuestra provincia y nuestra ciudad que ya no resucitarán, la nueva modernidad se ofrece espectacularmente prometedora, adaptémonos al siglo XXI.

martes, 31 de enero de 2017

Socialistas de Alcalá

            Un amigo me advierte que en el libro que he publicado recientemente Casinos, sindicatos y cofradías que trata sobre el asociacionismo en la provincia no aparecía la existencia de la Agrupación Socialista de Alcalá de los Gazules, pionera de la provincia de Cádiz y la primera de carácter rural en toda España. Es lógico que explique esta omisión a quienes echen en falta la mención de este grupo socialista, cuya creación se ha conmemorado esta semana pasada.

            Cuando, hará unos cinco años estaba terminando la redacción del libro, conocedor de la existencia de este grupo, aunque no lo había localizado en mis investigaciones, me dirigí aprovechando un puente laboral a Alcalá de los Gazules para visitar su archivo municipal, aprovechando además el viaje para visitar Jimena de la Frontera. En esta última población apenas si encontré ninguna documentación, a pesar de la amable disposición de sus funcionarios lo que desde aquí agradezco. Conocedor de que en cambio en Alcalá sí existía un buen archivo municipal ordenado y catalogado con la ayuda de la Diputación Provincial, esperé encontrarlo en funcionamiento, pero mi gozo en un pozo, el archivo estaba cerrado, por lo que me encaminé al Ayuntamiento donde me informaron que a causa de los recortes de la crisis se habían rescindido los contratos con el personal que lo atendía.

            Como solución me ofrecieron el que dirigiera una solicitud a la Alcaldía, solicitando que me autorizaran visitar el archivo y el motivo de mi consulta. Tras guardar en el patio de la casa consistorial dos colas, una para recoger el modelo de instancia y otra para entregarla cumplimentada, esperé en vano que me avisaran indicándome el día en que podría acceder a la consulta de sus fondos. Lo intenté de nuevo intentando la mediación de mi entonces Jefe en la Diputación Carlos Perales, quien creo recordar que era o había sido concejal de ese Ayuntamiento, pero esa gestión también resultó infructuosa. Al fracasar en mis intentos, renuncié a buscar en ese archivo municipal la documentación que no había localizado hasta entonces y que quizás pudiera acreditar la existencia de ese grupo de socialistas.

            Reconozco la autoridad del profesor Diego Caro Cancela, el principal estudioso de los orígenes del movimiento obrero en la provincia, por lo que ni me planteo dudar de la veracidad de su descubrimiento; pero quizás el hecho de que se tratara de un pequeño grupo, que sólo tuvo vida activa durante dos años, de 1886 a 1888, unido a que el movimiento socialista desapareciera de Alcalá de los Gazules y no reapareciera hasta la II República, originó que estos pioneros no pudieran organizarse del todo y que sus relaciones con las autoridades, al menos como asociación legalizada, fueran inexistentes.

            Por ello, sin perjuicio de reconocer al grupo de Alcalá de los Gazules su carácter pionero en esta provincia, me permito recordar a las primeras agrupaciones socialistas legalizadas ante el Gobierno Civil o ante sus respectivos Ayuntamientos que figuran en mi citado libro: Cádiz 1893, El Puerto 1900, La Línea 1902 y Jerez 1919.