viernes, 3 de febrero de 2017

Lo que el viento se llevó.

            Recuerdo durante la Transición, cuando llevaba en la Diputación Provincial un modesto negociado creado a toda prisa en el que, auxiliado por otra persona, se llevaban todos los temas administrativos en materia de Cultura, Educación, Deporte, Turismo y Fomento y Desarrollo, cinco áreas actuales, el desprecio con el que los nuevos políticos trataron a las instituciones culturales que se encontraron a su llegada. En concreto en el edificio de la plaza de España residía el Instituto de Estudios Gaditanos, al que legalmente dejaron intacto, pero  del que despreciaron su fondo bibliográfico, abandonado en su mayor parte en un pasillo a merced de cualquiera y el resto confinado en un cuarto en la azotea en el que había hasta ratones, ante mis inútiles protestas que sólo sirvieron para empezar a labrarme un perfil de persona no adicta al nuevo régimen. Peor lo pasó otro compañero al que  ordenaron que montara y atendiera la caseta de la Diputación en una feria del libro, caseta que llevaba un rótulo con el nombre de la Corporación y del Instituto que editaba los libros que en ella se vendían; la aparición de dicho rótulo provocó la ira en un Diputado, hoy una alta personalidad en la vida pública gaditana, que llegó al insulto personal vía telefónica, actitud disculpable ya que, al haber ingresado en el P.S.O.E. directamente del Frente de Juventudes del Movimiento, todavía no había tenido tiempo de aprender a relacionarse con sus subordinados en una democracia.

            Esta actitud la justificaban por entender, con razón, que esta institución era un refugio de viejos carcamales franquistas, aunque no sólo había de éstos. Ello no impidió que, pasados los momentos iniciales de euforia por la conquista del poder, estos viejos carcamales franquistas volvieran a tener las puertas abiertas e incluso algunos siguieran publicando sus obras y teniendo influencia ahora compartida con compañeros de partido y con una fauna de amigotes, pijos y otros bichos raros representantes de la nueva modernidad, y toda clase de mangantes que se aproximaron vendiendo falsos proyectos culturales a cambio de la correspondiente subvención.

            Para ser justos debo decir que pasados unos años se recompuso la situación, y la Diputación Provincial fue el centro de referencia de publicaciones sobre temas provinciales, asesorada por la nueva generación de profesores que vivieron el pase del Colegio Universitario a la U.C.A.

Una obra del Instituto de Estudios Gaditanos
            Situación similar se vivió en el Ayuntamiento, aunque creo que Carlos Díaz sí protegió durante años el organismo correlativo, la Cátedra Adolfo de Castro de la Fundación Municipal de Cultura que acabó igualmente desapareciendo. Todavía recordamos los aficionados a la historia local su Boletín Bibliográfico de Historia, que tan útil información nos facilitaba.

El Boletín de la Cátedra
            Pero todos esos organismos tenían un pecado de origen, que en ellos se admitía la participación de simples ciudadanos más o menos preocupados por la cultura provincial y local, lo que no podían permitir, por desconfianza o por otros motivos peores, unos políticos a los que se les llenaba la boca de palabras vacías sobre la participación y el voluntariado. Pedir a estas alturas que se abran de nuevo éstas u otras instituciones similares es perder el tiempo; cuando los estamentos políticos requieren la colaboración ciudadana no piensan en el mundo cultural, que las nuevas generaciones desconocen, pero sin embargo no tienen reparo en admitir en este campo a cualquier aventurero o buscavidas que se camufle como uno de los suyos, como hace por ejemplo  el actual Ayuntamiento de Cádiz.    


            Dejemos ya las nostalgias; los organismos a los que nos referimos son parte de la historia cultural de nuestra provincia y nuestra ciudad que ya no resucitarán, la nueva modernidad se ofrece espectacularmente prometedora, adaptémonos al siglo XXI.

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