jueves, 2 de marzo de 2017

Una fiscal progresista


En los años finales del Franquismo y al comienzo de la Transición, la palabra progresista o progre significaba aquélla persona o postura política que se identificaba con las ansias de cambio político, fuera de izquierda o de derecha.  Años después, esta palabra perdió su antiguo sentido, y pasó a representar la adscripción a o la simpatía hacia ciertos partidos políticos, perdiendo la relación con su primer sentido, al apropiarse de este vocablo los partidarios o militantes de esos partidos políticos.

Quizás por eso me extrañó hace algunos años, que la actual Fiscal Jefe de Cádiz, en una entrevista en Diario de Cádiz, se calificaba a si misma como una fiscal progresista. Si hubiera dicho de izquierdas la habría comprendido, pero al llamarse progresista no acertaba a comprender el alcance de su definición. Hacía muchos años ya que los llamados partidos que se consideraban progresistas habían dado de sí hasta donde llegaba su progresismo. Desde que los antiguos progresistas nos enteramos de asuntos turbios como los de Juan Guerra o Roldán por no citar otros casos igual de sangrantes o peores, renunciamos a llamarnos progresistas para que no nos confundieran con los pillos y golfos que, metidos a políticos habían copado los órganos directivos de partidos cuyas siglas en otros tiempos eran al menos símbolo de honradez.

Después pude sufrir como funcionario y como simple ciudadano la conducta rara, por decirlo de modo que no se me enfaden mucho, de los políticos que yo un tiempo atrás creía ingenuamente que eran progresistas.

Pero si rara era su conducta, igualmente rara era la de los que, en teoría estaban obligados a controlar y a reprimir en su caso esas conductas. En primer lugar a la supuesta oposición, los medios informativos, el tejido social asociativo y en último lugar la Polkicía, la Fiscalía y la Judicatura. Pronto comprendí que el entramado operativo y la influencia de la todopoderosa clase política llegaba a todos esos estamentos, por lo que cualquier intento de denuncia o de desmontar ese entramado, para algunos un tinglado, resultaba inútil. Es cierto que, en algunos casos, gracias sobre todo a denuncias de la prensa, se obtuvieron algunas sentencias ejemplares, pero era tanto lo que había que limpiar que conductas de dudosa legalidad quedaban impunes mientras que sus autores eran ensalzados como personas dignas de elogio y de imitación.

Sólo conocía a la Fiscal Jefe de vista por residir en mi barrio, me alegró hace años su ascenso ya que me parecía, y me sigue pareciendo, una persona con otra mentalidad distinta a la que tenían algunos de los fiscales del anterior régimen. Pero siempre me dolió que ella y sus compañeros no tuvieran la mínima curiosidad por enterarse de lo que pasaba en algunas de las administraciones por cuyos centros pasaban a diario, camino de su oficina. ¿Nunca hablaban con ningún funcionario vecino o conocido? ¿Nunca leían la prensa que aunque de forma tímida dejaba traslucir algo de lo que pasaba en el interior de esas instituciones?
¿En qué sociedad vivían que ignoraban lo que era de dominio público? ¿Cómo con lo que pasaba se podían seguir llamando progresistas?

Pero esas historias ya pasaron y ahora los tiempos son otros. Le deseo los mejores éxitos en su renovado cargo y confío en que seguirá desempeñando el mismo de forma correcta como hasta ahora lo viene haciendo, se lo desea de corazón un antiguo progresista que no puede evitar que, desde los años noventa del siglo pasado, considere ese calificativo despectivo y más propio de otra clase de persona que la que Usted representa.






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